domingo, 31 de mayo de 2009

Jerarquías

Cuatro hombres y una mujer católicos estaban tomando un café.
El primero, les contó a sus amigos: Mi hijo es cura. Cuando entra a un lugar, todo el mundo lo llama "padre".
El segundo, cuenta: Mi hijo es obispo, cuando entra a un lugar, todo el mundo le llama "Monseñor"
El tercer católico cuenta a su ver: mi hijo es cardenal. Cuando entra a un lugar, todo el mundo dice: "Su Eminencia".

El cuarto, a su turno, dice: Mi hijo es el Papal. Cuando entra a un lugar, todo el mundo le dice: Su Santidad".
Mientras la única mujer católica permanecía tomando a sorbos su café en silencio, el cuatro hombre le deslizó un sutil: ¿Y bien..."
Ella replicó: yo tengo una hija, como ella es esbelta, y mide 90-60-90. Cuando entra a un lugar, todo el mundo dice: "¡Oh, Dios!"

viernes, 9 de enero de 2009

¿Fresedo pianista? ¿Qué te pasa?


Uno de mis amigos reos que leen Che Papusa, me dijo:
-¡Pero viejo, así no les va a creer nadie! Si de entrada, nomás, se despachan conque Fresedo era pianista...
Imperdonable error del post anterior, por el que pedimos disculpas. La confusión viene de que El Cachafaz recordaba una imagen de Fresedo al piano, seguramente tomada en algún momento de su tarea como arreglador.
Para fijar definitivamente la imagen que corresponde, aquí va la foto correcta.

jueves, 1 de enero de 2009

Vida mía x 2


Dizzie Gillepie







Osvaldo Fresedo




Hoy presentamos dos versiones de un clásico: Vida mía.
La primera corresponde a Osvaldo Fresedo.
Fresedo, alguna vez llamado el “señor del tango”, era un excelente pianista y arreglador. Siempre elegante, casi siempre vestido de etiqueta, se manejaba con gran sobriedad y buen gusto. Todo un caballero. Culto y viajado. Su esposa era francesa, y dicen que inspiró el tango Madame Ivonne.
Su orquesta formaba parte de esas orquestas que hemos calificado como “finas”, por oposición a las "reas" (algún día haremos un listado).
Esa “finura” se evidenciaba tanto en la elección de los temas, como en las maneras sobrias, carentes de exhibicionismo de su director, de sus siempre elegantes y sobrios cantores, o de sus músicos.
A pesar de ser como tanguero un tradicionalista, tal vez por sus simpatías con el jazz, y sin pretensiones revolucionarias, incorporó a su orquesta una batería (en realidad un redoblante con escobillas) y un xilofón -con tarea de cumplir efectos sonoros, y no melódicos-: flor de innovaciones para la época.
De Fresedo tenemos una curiosa anécdota: vivía en Morón. En lo que entonces eran “las afueras”, tenía una amplia y hermosa casa-quinta, a unas diez cuadras de la estación. Desde ahí viajaba en tren hasta la Capital, a cumplir con sus compromisos musicales.
Como siempre regresaba a altas horas de la noche, y llegaba muy bien vestido, con ropas caras, a esas horas temía un asalto (que entonces, aunque con no tanta frecuencia, solían ocurrir de tanto en tanto), ya que la casa estaba como dijimos en las afueras y cerca de un barrio medio peligroso.
Entonces, con la complicidad del boletero de la estación, tenía la costumbre de dejar unas ropas bien reas para cambiarlas por las elegantes y finas que traía, y así pasar por un reo más, ya que a esas horas, sin taxi ni colectivos, la única opción era regresar caminando a su casa.
El Cachafaz


La otra versión, curiosamente, es también de Fresedo. Pero tiene un insólito invitado especial. El Malevo, entonces muy aficionado al jazz, tuvo el honor de presenciar la grabación, que se hizo en una boite que tenía Fresedo llamada "Le Tucan", sobre Maipú casi Córdoba. El Malevo integraba un club de jazz llamado El Bop Club, que hacía reuniones semanales de jazz. La llegada de Gillespie fue un acontecimiento similar a la de los Rolling, para dar un ejemplo. Vino auspiciado por la Emabajada de EEUU, ya que no había muchos (o había muy pocos) que podían pagar el precio real de la entrada de no ser así. Como El Malevo era uno de los pocos que hablaba inglés en el grupo, sirvió de enlace entre Fresedo y Gillespie. También entre Schiffrin y el arreglador de Dizzie (sí: Schiffin no hablaba inglés entonces), que terminó en una invitación para unirse a la orquesta.
Gillespie leyó la partitura, preparada para piano en Sol en segunda, transportándola de una directamente a Sí bemol, que es la clave para la trompeta. Después de dos tentativas, sacó perfectamente el tema. Los músicos se miraban entre sí, preguntándose "¿y éste de dónde salió?". Otros, indiferentes, charlaban entre sí, o protestaban por las altas horas de la noches (4 de la mañana) en que los hacían trabajar. Los músicos de veras, me pidieron que le transmitieran a Dizzie su admiración.
Finalmente, después de un par de ensayos, se largó. El resultado pueden escucharlo. Un Gillespie pleno de lirismo, de buen gusto y entonces en la plenitud de sus medios, lo que queda evidenciado en el prolongado y afinado sobreagudo del final.
El Malevo

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