La familia Carreño (Continuaciòn de la historia de Roberto Firpo)
Debo apartarme del relato para dar a conocer una singular familia de Rio Hondo. Si bien esta es otra historia, vale la pena conocerla en detalles, ya que luego tendrá un destacado papel en la gira de don Roberto Firpo.
Formaban parte de la comunidad de Rio Hondo, aunque vivían a una cuantas leguas en un sitio de lo mas cerrado del monte. La familia estaba compuesta por Don Pantaleón, su esposa Doña Asvir, cuyo nombre también corresponde a otra historia, pero creo que esta vez a Vds, les interesará conocerla. El matrimonio tuvo 6 hijos capitaneados por el mayor, Pericles, quien luego sucedió a Don Pantaleón en todas sus andanzas. Esta singular familia vivía en medio del monte en un prolijo rancho de paredes de adobe y vigas de algarrobo, techo de paja a dos aguas y galería y un limpio y espacioso patio donde en toda clase de recipientes crecían bellas flores y en grandes jaulones toda clase de hermosos pájaros que por entonces proliferaban en la región, hasta que como me expresó mi amigo Homero Manzi llegó el gran depredador: EL HOMBRE. pero esta sí es otra historia.
Doña Asvir, señora muy respetada, ya que era la única comadrona de esa extensa zona y además gozaba de gran fama como experta curandera, muy comedida, siempre tenia el sulky atado en las puertas del rancho para salir a atender el llamado de alguna parturienta o una picadura de víbora, a cualquiera hora que fuera ella partía acompañada por el tropel de perros que tenían y una buena variedad de yuyos que ella cultivaba o recogía por sitios recónditos del monte que muy pocos conocían.
Don Pantaleón, robusto morocho de eglomerada melena, pañuelo al cuello y espesos bigotes y poderoso cuchillo en la cintura, se jactaba de su gran amistad con el comisario, con quien sabían compartir asados, y a quien le reclutaba a los paisanos, en la época de votaciones, para hacerlos votar por el candidato indicado ya con anterioridad. También se rumoreaba en voz muy queda y en círculos apartados que se dedicaba al cuatreraje, con el amparo y repartiendo las ganancias con el comisario, algo que nunca se pudo comprobar.
Fue en un mitin político en el que habló el futuro gobernador quien expresó con altisonancia que Santiago estaba destinado a ser, siempre claro está, que él siguieran en su cargo, en algo así como el siglo de Pericles. Por supuesto nadie comprendió la metáfora, creo que tampoco el orador, pero a Don Pantaleón le quedó en la mente el nombre y al poco tiempo al dar a luz Doña Asvir a su primer varoncito -estaban legalmente casados, civil e iglesia, ya que Don Ceferino, el cura párroco, largaba desde el púlpito lenguas de fuego contra quienes osaban "acollararse" sin pasar por la bendición de la iglesia yendo a sufrir los peores tormentos en lo mas fiero del infierno- y allí fueron a anotar a la criatura en el registro civil y de paso bautizarla. ¿Que nombre le vas a poner, che?, le preguntó el retacón y gordo y muy aficionado al vino tinto jefe, nombrado como tal por un primo del jefe de policia, que a su vez era gran amigo del gobernador. Y de un solo respiro y con gran seguridad Pericles, le largó don Pantaleón. ¿Pero vos estás loco, si ese nombre no existe ni está en ningún santoral? Ajá, si es el mismo que dijo en su discurso el Doctor cuando pasó por acá. El jefe, que era medio, o un poco mas analfabeto, se quedó un momento pensativo y le contestó: Bueno, si él lo dijo, no soy quién para llevarle la contra, y ahí no más quedó asentado Pericles, que seria con el andar del tiempo el que llevaría la voz de mando en cuanta correría emprendieran los hermanos Carreños que así se apellidaban.
Nos apartaremos un momento para hablar de doña Asvir, cuyo nombre a Vds. creo les habrá llamado la atención. Cuando nació esta criatura, el padre ensilló su mejor caballo, "El Tigre" y con su mejor apero marchó al pueblo a anotarla. Caía la tarde y el por entonces jefe del registro estaba sentado en un gran sillón de mimbre en la puerta del registro, y después de los saludos de rigor y enterarse de la diligencia, lo hizo pasar y tomando el libraco de los naciminetos, la lapicera, tintero y secante, preguntó el nombre de la niña. Asvir, dijo muy orgulloso sacando pecho el padre. Pero ya venís mamao, le espetó el jefe, si ese nombre no figura en ningún santoral (recordemos que en aquella época se admitían solamente los nombres de los santos que figuraban con precisión en todos los almanaques) Como que no, respondió don Hilarión -padre de la criatura- ya se lo voy a demostrar, y partió muy apurado al almacén de ramos generales a pedir un almanaque, regresando muy orgulloso con él bajo el brazo se lo puso bajo los ojos al jefe, donde debajo de la fecha, junto a la hora de salida del sol y tamaño de la luna se leía, sin mas especificaciones As. Vir. El jefe, luego de rascarse un rato la cabeza, no se rindió ante la evidencia y mandó a pedir otro al cura en el cual figuraba el mismo texto, y bien, para no tener problemas ya que Don Hilarión también gozaba de las complacencias de los mandamás de turno, la niña quedó como Asvir, ya que en el almanaque lo real era Ascensión de
(Continuará)