domingo, 27 de junio de 2010

El tango y sus poetas (I)

Nadie sabe cómo nació el tango. Y eso que muchos investigadores se han dedicado a investigar el tema.

Conjeturo, como ellos, que en un principio habrán sido dos o tres guitarras. Luego, se fue agregando un bandoneón, y quizás un clarinete o una flauta. Estamos hablando, todavía, de la época de los boliches de los arrabales, cuando los hombres bailaban en pareja, y pensar en un piano era un sueño muy distante.
Luego, de a poco, y a medida que el tango se iba entronizando en lugares más respetables, se incorporó el piano, algún bandoneón más y también los violines.
Era el tango instrumental.
Después, mucho después, fue el verbo (no en el principio, como dice la biblia).
Y con él, los poetas.
¿La temática? Ya sabemos: la nostalgia del barrio abandonado, al que volvemos y encontramos tan cambiado, la mina del barrio que se fue para el centro en busca de mejor fortuna y nunca volvió, la que amamos tanto y se fue con otro, la que amamos tanto y luego dejamos de amar, las calles empedradas que el asfalto reemplazó, Corrientes angosta, y los mitos argentinos: Leguisamo, Jorge Newbery, Carlos Gardel, cantor y personaje al mismo tiempo. Que por otra parte, es la temática del cancionero popular de todos los países.
Por ahí hubo evocaciones que no tenían nada que ver, como el barco que quizás nunca ha de volver, en una ciudad que nunca tuvo una tradición marítima, o Moscú cubierto de nieve con lobos aullando de hambre (?).
Los poetas... Los había buenos y malos, por supuesto.
Como la poesía nunca pagó, se dedicaron al tango, que daba aunque sea para el café con leche. Pero hubo algunos de gran calidad que merecieron un reconocimiento mayor.
En la continuación de este tema recordaremos algunos. Pero hoy quiero detenerme en la figura de Cátulo Castillo, autor de la letra de "La última curda" que ilustra este post, y analizar brevemente algunos versos.
Cátulo Castillo recorrió con sus letras los temas que siempre obsesionaron al tango: la dolorosa nostalgia por lo perdido, los sufrimientos del amor y la degradación de la vida. No tuvo en cambio espacio para el humor ni el trazo despreocupado, tampoco para el énfasis rítmico de la milonga. La palabra "último" figura en varios de sus títulos, como dando testimonio de ese desfile de adioses que atraviesa sus letras, donde hay siempre compasión por quienes padecen y un frecuente recurso al alcohol como fuga. Cátulo no se dio, como letrista, un perfil definido, en lo cual se parece más a Cadícamo que a Manzi. No alcanza a menudo la calidad poética de éste ni el lacerante poder de observación de Discépolo, pero enalteció al género con una obra vasta e influyente, siendo también notable su aporte como compositor.
Escribió la letra de alrededor de setenta tangos, entre los cuales destaco: "Arrabalera", "Caserón de tejas", "El patio de la morocha", El último café", La calesita", "Tinta roja".
La emblemática última curda será recordable por dos versos inolvidables: el que sostiene "la vida es una herida absurda", el que anticipa: "ya sé que te lastimo llorando mi sermón de vino", y el final premonitorio "la curda que al final, termine la función, corriéndole un telón al corazón", que curiosamente, hace acordar ese "the final curtain" de A mi manera, de Sinatra. Podemos asegurar, eso sí, que Cátulo lo escribió antes que Frankie.
LA ULTIMA CURDA (Troilo / C. Castillo) Lastima bandoneón, mi corazón tu ronca maldición maleva tu lágrima de ron me lleva hasta el hondo bajo fondo donde el barro se subleva Ya sé, no me digás tenés razon la vida es una herida absurda y es todo, todo tan fugaz que es una curda, nada más mi confesión. Contame tu condena decime tu fracaso ¿no ves la pena que me ha herido? y hablame simplemente de aquel amor ausente tras un retazo del olvido Ya sé que me hace daño ya sé que me lastimo llorando mi sermon de vino pero es el viejo amor que tiembla, bandoneón y busca en el licor que aturda la curda que al final termine la función corriéndole un telón al corazón. Un poco de recuerdo y sinsabor gotea tu rezongo lerdo marea tu licor y arrea la tropilla de la zurda al volcar la ultima curda. Cerrame el ventanal, que arrastra el sol su lento caracol de sueño no ves que vendo de un pais que esta de olvido siempre gris tras el alcohol.

El malevo

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