miércoles, 11 de agosto de 2010

La partida de caza (final)

El dia siguiente transcurrió sin alternativas de interés; volvieron los cazadores con otra buena carga de aves, que esta vez obsequiaron a los dueños de casa , como se estila en todos los casos, ya que la caza es puramente deportiva. Pero mi viejo cualquier día se iba a perder la oportunidad volviendo con las manos vacías. Ya habia tomado la precaución de llevarse varios enormes frascos de vidrio, que llenó hasta el tope del exquisito escabeche, .

Se fue haciendo la hora de partir; quedamos todos listos esperando la llegada del tren, entre abrazos, agradecimientos por ambas partes, y sonoros besos y promesas de prontas nuevas visitas, que nunca se cumplieron. Yo le pedí especialmente a una de las niñas, de la que ya estaba locamente enamorado, que no dejaramos de vernos, más todo finalmente quedó en la nada.

Finalmente, como todas las cosas, el tren llegó pitando a todo vapor y llenandonos de humo; una vez acomodados, el jefe pulcramente uniformado hizo sonar la campana, y allá partimos. Fuimos directamente al coche comedor -cena por gentileza de la empresa-, que estaba totalmente lleno, dado la cantidad de personas, todos cazadores, que también regresaban de distintos lugares. Por suerte, ya que habían habilitado dos turnos, pudimos sentarnos y cenar muy ceremoniosamente, dado que los pasajeros daban la sensación de ser toda gente adinerada. Nuestro padre se saludó con varios ejecutivos venidos de Inglaterra, en tanto el pariente platudo se reunía con otros amigotes de su misma laya. Todo el mundo comentaba en alta voz las peripecias vividas. Teminada la cena, y dado que en su mayoría eran hombres, nos dirigimos a nuestro camarote, mientras comenzaba a circular el whisky, y ya todos eran amigos comentando las presas obtenidas, la cantidad de cartuchos, y la calidad de los perros. Allí, mi padre, que hasta ahí habia permanecido callado, pidió silencio y comentó la aventura vivida por Carlitos, regresando sin ninguna presa y con el perro en brazos llenas las patas de abrojos, lo que desató la hilaridad general, con grandes é interminables carcajadas, que cada vez iban subiendo de tono y culminó con la llegada del inspector, que ya se había ido a acostar y vino a ver a que se debía tanto bullicio. Enterado de lo sucedido, él también participó de la jarana, ante el total bochorno de mi tío Carlitos, quien muy indignado y puteando por lo bajo se retiró a su camarote, perseguido por las risotadas de todos los presentes...

Finalmente a la siguiente mañana regresamos a Once, donde todos cambiaban direcciones para ponerse de acuerdo en repetir la casería, cosa que por supuesto tampoco nunca se concretó.

El pariente lejano y su amigo se alejaron con sus perros para ubicarlos en unos carros que esperaban preparados para ese efecto. Nosotros nos dirigimos a la confitería La Perla, situada también frente a la plaza, para desayunar.

Allí mi padre hizo preparar una bandeja de masas para la abuela Victoria, su suegra y madre de la mía y de Margarita y Carlitos, a quienes muy gentilmente invitó a que abonaran. Mi tío, todavía amoscado por el tropiezo ocurrido, se negó rotundamente, Y Margarita alegó que si el hermano no pagaba su parte ella tampoco lo haría, teniendo mi padre que sacar la billetera, -cosa que muy pocas veces lo vi hacer- y abonar todo el gasto y dirigirnos a nuestra casa donde... pero esa es ya otra historia que quizá cuente en otra oportunidad...

El Cachafaz

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